Por Muy Interesante
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Desde los albores de la humanidad, el deseo de comprender el mundo ha llevado a una serie de innovaciones que han dejado una marca indeleble en nuestra percepción del entorno
La innovación es el motor que impulsa el progreso en todas las esferas de la sociedad, y juega un papel fundamental al desafiar los límites existentes, abrir nuevas fronteras y proporcionar soluciones creativas a los problemas más complejos. En el corazón de la innovación yace la capacidad de pensar más allá de lo convencional, de cuestionar el statu quo y de abrazar la curiosidad y la creatividad como fuerzas impulsoras. A continuación presentamos cuatro de esas innovaciones que, aunque poco conocidas, cambiaron la forma de ver el mundo.
El primer mapa mundi conocido
Saber cómo es el mundo y tener una guía que nos permita movernos por él es uno de las empresas intelectuales más antiguas de la humanidad. Así, el primer mapa del mundo del que tenemos noticia data del 700-500 a. C. y se encontró a finales del siglo XIX en la ciudad iraquí de Sippar, al noroeste de la antigua Babilonia. Es una tablilla mesopotámica muy dañada que mide 12,2 cm de largo por 8,2 de ancho y en la actualidad se encuentra en el Museo Británico.
Orientado al este, contiene inscripciones cuneiformes y una imagen del mundo tal y como lo veían los mesopotámicos: Babilonia aparece en el centro del mapa, y también menciona otros imperios como el asirio o el elamita, además de representar los dos grandes ríos de Mesopotamia: el Tigris y el Éufrates.
El área central está rodeada por un anillo circular bajo la leyenda de Mar Salado. En su límite exterior está rodeado por lo que se calcula que eran 8 regiones triangulares y al parecer creían que las grandes bestias y sus héroes vivían en esas zonas. Por eso, a pesar de que suele decirse que es el primer intento conocido de hacer geografía, pues diferentes lugares aparecen en sus posiciones aproximadas, el verdadero propósito de esta tablilla era, en realidad, explicar su forma mitológica de ver el mundo.
Cartas de navegación de las Marshall
En opinión de muchos, los habitantes de las islas Marshall en la Micronesia están entre los mejores navegantes del mundo. Poder moverse por el entramado de esa zona de océano Pacífico sin perderse entre las más de un millar de islas e islotes que lo componen es toda una proeza. Más aún teniendo en cuenta que localizarlas es muy complicado pues, al no tener elevaciones de terreno, únicamente pueden verse cuando se está bastante cerca de ellas. Esto implica que hay que conocer perfectamente su situación.
Las Marshall han estado habitadas desde hace 2 000 años y para navegar entre ellas los isleños desarrollaron unas de las cartas de navegación más precisas conocidas, hechas con pequeñas ramas y con las venas centrales de las hojas de los cocoteros. En estos mapas se representan las posiciones exactas de las islas señaladas con conchas de cauri (ya sea en planos de detalle como en los que cubren regiones más amplias), los patrones de oleaje que deja el relieve del fondo marino y que no responde al efecto del viento (el llamado mar de fondo), y cómo las diferentes islas lo distorsionan.
Es un conocimiento que pasa de padres a hijos y solo unos pocos de los isleños son capaces de diseñar y leer estas cartas de navegación que no están hechas a escala; son una referencia nemotécnica destinada para que un marino experimentado y ducho en la interpretación de estos mapas pueda llegar a pilotar grupos de 15 canoas por el océano.
El calendario azteca
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En 2012 saltó a la fama el llamado calendario maya gracias a la febril imaginación de ocultistas y apóstoles de la Nueva Era de diferente pelaje, que vaticinaban un fin del mundo apoteósico para el 21 de diciembre de aquel año. Sin embargo, lo que se celebraba era el final de un calendario de cuenta larga, uno de los calendarios que las civilizaciones mesoamericanas utilizaban para uso civil y religioso.
De entre todos ellos destaca el Xiuhpohualli (en lengua náhuatl, año (xiuhitl) y cuenta (pohualli), un calendario de 365 días que usaron aztecas (hoy denominados mexicas, que es como se conocían a sí mismos) y otros pueblos mesoamericanos. Consistía en 18 periodos (lo que nosotros llamaríamos meses) de 20 días cada uno con semanas de 5 días, de los cuales el quinto (tianquiztli) estaba dedicado al mercado. Al final del año se añadían 5 días extra (nemontemi o días vacíos) que no tenían nombre y estaban asociados a la mala suerte. Curiosamente, los mexicas corregían su año civil para ajustarlo a la traslación terrestre.
Según el antropólogo mexicano Arturo Meza Gutiérrez, el comienzo del año variaba del siguiente modo: un año el primer día empezaba la amanecer, el siguiente año comenzaba a mediodía, el tercero al atardecer y el cuarto año lo hacía a medianoche. Así el que para nosotros sería el 31 de diciembre duraba, en realidad, un día y cuarto.
El efecto conjunto de esta forma de contar el tiempo es evidente: añadir un día completo cada cuatro años. Mientras, en Europa tuvimos que esperar a 1582 para que nos diéramos cuenta de lo mal que estábamos contando los años y remediáramos la situación, sustituyendo el calendario juliano por el gregoriano. El último país en corregir este error fue Grecia, que lo adoptó en 1923.
La Máquina de Turing
En 1936 el matemático Alan Turing presentó un modelo de máquina con el que no solo sentó las bases teóricas de la computación contemporánea, sino que también dejó una huella indeleble en la teoría de la computabilidad.
Turing introdujo el concepto de esta máquina en su trabajo "On computable numbers, with an application to the Entscheidungsproblem", un problema planteada por el matemático David Hilbert sobre la decidibilidad en matemáticas, es decir, si hay un método que pueda aplicarse a cualquier afirmación matemática y que nos diga si esa es cierta o no.
En su forma más fundamental, la máquina de Turing es un modelo teórico de un dispositivo de cómputo capaz de realizar cualquier cálculo que pueda describirse de manera algorítmica. A pesar de su estructura conceptual sencilla, esta máquina tiene la extraordinaria capacidad de modelar eficientemente los procesos lógicos de cualquier algoritmo computacional.
Los componentes esenciales que la componen son una cinta infinita dividida en celdas, un cabezal lector/escritor desplazándose por la cinta, un conjunto finito de estados internos y una tabla de transiciones. La cinta es el espacio de trabajo donde se almacenan los símbolos mientras que el cabezal realiza operaciones de lectura y escritura en cada celda. Los estados internos y la tabla de transiciones son los directores que guían las acciones de la máquina.
Desde un punto de vista teórico, Alan Turing demostró que esta máquina podía resolver cualquier problema computacional que fuera resoluble de manera algorítmica, estableciendo así la idea de una máquina de cómputo universal
El impacto que tuvo en las ciencias de la computación es innegable, y fue crucial en el diseño y desarrollo de las computadoras actuales, influyendo directamente en la creación de los lenguajes de programación.
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