De adulto, muchas veces olvidamos aquella chispa de ilusión que vivía en nosotros cuando éramos niños: la emoción de descubrir, de imaginar mundos nuevos sin límites, de reír con inocencia por pequeñas maravillas. Pero ese niño no se pierde; simplemente duerme entre las responsabilidades del día a día, aguardando ser despertado con un recuerdo, una canción o un instante de pura magia. Hoy lo celebramos y le damos permiso para brillar de nuevo.
Porque ya no dependemos de regalos o juguetes para sentir esa felicidad; podemos volver a asombrarnos con los detalles simples: el viento en la cara, una mirada de complicidad, la risa sin motivo. Si mantenemos viva esa ilusión infantil, nuestra vida tiene más color, más esperanza y más ganas de seguir creando momentos que valen la pena. Recordar quiénes fuimos nos ayuda a ser mejores quienes somos.
“La madurez del hombre es haber reencontrado la seriedad con la que jugaba cuando era niño.” — Friedrich Nietzsche
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