Por Carlos Nava Condarco
Andrea Piacquadio
Solemos decir con frecuencia, y casi por inercia, “quiero pasar más tiempo de calidad” con los amigos, la familia, los hijos o conmigo mismo. Anhelamos “ése tiempo distinto, distinguido”. Invertimos esfuerzo y dinero para obtener “momentos especiales”. Hacemos planes, pagamos por ellos y esperamos ansiosos que nada pueda interrumpirlos.
Aunque estos anhelos son sanos y naturales, frecuentemente provocan una desconexión en nuestros cerebros: su lado perfeccionista, alimentado por fantasías cinematográficas e ideales de Instagram, quiere que esos “momentos” sean completamente especiales y “correctos”.
Pero ése es un ideal que las versiones ocupadas y ordinarias de nosotros mismos no siempre pueden cumplir.
¿El resultado? Una inevitable sensación de pesar y decepción.
Sentimos que otras personas lo hacen mejor que nosotros, y eso provoca frustración y culpa. Entonces pensamos que “si tan solo tuviéramos más dinero, o un mejor trabajo, o viviéramos en Francia…, entonces las cosas estarían bien.”
Pero pensar así no es justo ni útil, por el contrario, es perjudicial.
La razón es simple: no existe el “tiempo de calidad”.
Jerry Seinfeld, padre de tres hijos, lo dice muy bien:
“Soy un creyente en lo ordinario y mundano. Esos tipos que siempre hablan de “tiempo de calidad” me parecen un poco tristes. Yo no quiero tiempo de calidad, quiero el tiempo mundano, ése que los demás no aprecian: el “tiempo basura”.
Eso es lo que me gusta. Ese tiempo emerge con sencillez, a veces en la habitación de la casa, cuando se lee un cómic o se come un plato de Cheerios a las 11 de la noche, un horario en el que ni siquiera se supone que estemos despiertos. Ésos son los momentos mundanos, el “tiempo basura”, y eso es lo que me encanta”.
Ciertamente Seinfeld es un maestro de lo mundano. La banalidad lo ha convertido en millonario. Pero hay una verdad profunda en lo que dice. ¿Días especiales? No. ¡Cada día es especial! Cada minuto puede ser un “tiempo de calidad”.
Los budistas abrazan este criterio. Ellos afirman que la felicidad igualmente puede ser encontrada en la tarea de lavar los platos o en las labores del campo. La “iluminación”, dicen, se trata de quién eres mientras haces lo que haces y qué tan presente te encuentras mientras lo haces.
Cuando alguna vez le preguntaron a Pete Carroll, entrenador en jefe del equipo de fútbol americano de los Seahawks, cómo se las arreglaban los entrenadores para hacer que su vida personal funcione con un trabajo y una agenda tan caóticas, Carroll, que ha estado casado por más de 40 años, respondió: tienes que encontrar momentos entre los momentos”.
Otra forma de decirlo es: simplemente aprovecha cada instante que puedas.
Habitualmente desperdiciamos, o menospreciamos, los “momentos que existen entre los momentos”.
Nos quejamos por tener que hacer de “chofer” para los hijos, por ejemplo. “¿Qué soy yo, su conductor privado?” preguntamos. Ciertamente puede ser un fastidio llevar a los hijos de un lado a otro: a la guardería, la escuela, a la casa de un amigo, a una cita con el médico, a la práctica de fútbol, etc. A veces parece que ser padre se resume a esto: conducir a una pequeña persona de un lado a otro, y gratis.
Pero en lugar de ver la conducción como una obligación o inconveniente, ¿por qué no optar por verlo como un regalo? Un momento entre momentos. De hecho, ¡muchos momentos! Un tiempo cautivo. Estar juntos, casi pegados. Esto puede ser maravilloso. Una oportunidad para conectar, enlazar, divertirse.
Como bien afirman muchos padres con hijos mayores, algo cambia cuando los niños están en el automóvil con nosotros. De repente uno no es el padre, es solo un compañero, un ser humano igualado por el tráfico. Los niños compartirán cosas allí que no dirán en ningún otro lugar. Más aún cuando están con sus amigos.
Te desvaneces en el conjunto y de repente puedes ver cómo es tu hijo con otras personas. Es como si fueras un detective mirando a través de un cristal unidireccional. Aprendes cosas sobre tu hijo o hija que nunca sabrías de otra manera.
Esto no solo es cierto para los niños. Algunos de los mejores recuerdos se gestan en el automóvil. O cuando se está sentado en la puerta de embarque de un aeropuerto esperando un vuelo atrasado. A veces estos incómodos momentos propician conversaciones que nunca habrían tenido lugar de otra manera. Incluso, algunas de las mejores ideas y pensamientos surgen cuando se está atrapado en lugares donde no se quiere estar o se está haciendo algo que no se quería hacer.
Cuando no hay excusas para estar ocupado y no se puede planificar un futuro “ideal”, surge la obligación de conformarse con lo que está al frente. Entonces la distinción entre tiempo de “calidad” y tiempo “basura” desaparece, y queda lo que simplemente es.
Lamentablemente, buena parte de estos momentos se desperdician, porque vence el fastidio, la impaciencia y la insatisfacción con lo que pasa.
Dejamos que el vuelo atrasado afecte nuestro ánimo y pasamos el tiempo caminando nerviosos, irritados o algo peor. Tan ansiosos por llegar adonde vamos que no percibimos que ya estamos haciendo algo que puede ser divertido. La incapacidad para aceptar los planteamientos de la vida, impide disfrutar los tiempos de calidad que están siempre allí, a cada momento.
Cuando nos esforzamos un montón por lograr algo, terminamos incapacitados de ver que lo hemos tenido en nuestras manos todo el tiempo.
Todo momento compartido con tus hijos, o con cualquier persona que amas, es igualmente ordinario. Lo que haces con esos momentos es lo que los vuelve especiales. No es cuestión de dónde, cuándo o a qué precio.
Piensa en tu propia infancia. Correr para llegar a algún lugar a tiempo. Empacando para ese viaje de vacaciones. Vistiéndose para esas ridículas fotos grupales.
“¿Por qué estamos haciendo esto?” preguntaste cuándo tenías la edad suficiente para darte cuenta de que era estresante y poco divertido. La respuesta siempre era algo así: “porque somos una familia”. Como si no pudieras serlo en cualquier lugar, haciendo cualquier cosa. Como si no pudieras hacerlo aquí y ahora.
Vale la pena recordar esto en todas las facetas de la vida: se puede ser una familia sin vestirse y sin salir de casa. Puedes estar enamorado en el autoservicio de un restaurante, o ser romántico cerca del estante de huevos en un supermercado. Puedes ser escritor mientras bajas en el elevador para sacar la basura. Y puedes ser una buena persona en la forma en que contestas el teléfono o envías correos electrónicos.
Una gran cita de Tolstoi dice: “no hay pasado ni futuro; nunca nadie ha entrado en esos reinos imaginarios. Sólo existe el presente”.
Aquí, ahora, en este preciso momento, sucede la vida. Sin vacaciones o experiencias especiales, ni siquiera una salida familiar. Simplemente por lo que ocurre.
Se pueden hacer planes, por supuesto, programar los momentos fuera del trabajo y gastar dinero en experiencias poco “ordinarias”. Las intenciones siempre son maravillosas y deben celebrarse cuando se convierten en una realidad. Pero no hay que otorgarse mucho crédito por haber reservado un viaje a la playa o despertado el entusiasmo con un gran helado en el cine.
Porque de alguna manera, ésta es en realidad la opción más fácil. Cualquiera puede sorprender a sus hijos con un postre o un viaje a Disneylandia, pero ¿puedes hacerlos sentir especiales jugando Lego en el piso? ¿Simplemente sentado y hablando de la vida?
Cada momento puede ser un tiempo de calidad si eliges que así sea.
No dejes que esos planes futuros de pasar un buen rato, estar juntos o realizar algo “especial”, anulen estos momentos, donde también están juntos, en la sala de estar, en el consultorio médico o en el jardín de la casa.
Este momento que está frente a ti es un regalo. Es todo lo que necesitas, es todo lo que deseas. Solo se precisa aceptarlo y abrazarlo.
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