Por Carlos Nava Condarco
Hay que decirlo con firmeza: vincular la lógica de las “vacaciones” con el carácter de la vida no es un simple enunciado, es una gran verdad.
Es un triste despropósito asociar el tiempo de “vacaciones” a regocijo y el “otro tiempo” a obligación y pesar. En el peor de los casos si lo primero es correcto, lo segundo es un error. Y en interpretación rigurosa, ambos son criterios equivocados.
La vida es una sola, y de muy corta duración. Asumir, por tanto, una breve existencia de regocijo y largo tiempo de pesar, es absurdo. Y la clave para entender esto pasa justamente por el equívoco de “asumir” el hecho.
¿Qué provoca que la gente asuma la existencia de una dualidad entre trabajo y vacación? ¿Y por qué asocia lo primero a obligación y lo segundo a bienestar?
Ninguna de estas presunciones refleja la verdad.
Está tan mal planteada la ética del trabajo que éste siempre se relaciona con esfuerzo, sacrificio y pesar. Por eso, cuando hay una pausa (aunque sea breve), emerge un regocijo natural.
Pero, ¿Dónde está escrito que el trabajo deba ser un sacrificio que cause pesar?
El trabajo puede proporcionar, perfectamente, alegría y gozo, dado que es un sacrificio positivo y un sano esfuerzo. Es en esencia un acto liberador consustanciado con la naturaleza humana y su necesidad de aportar y realizarse.
Y dado que esto es así, por supuesto que no hay tal cosa como “vacaciones” para la naturaleza humana. Es absurdo. Porque si se aceptara esta dualidad, entonces sería entendible que los seres humanos busquen un estado de vacaciones perpetuas y erradiquen el trabajo definitivamente.
Pero esto no es posible.
Sí podría anularse el criterio de las “vacaciones”, pero nunca el del trabajo. El primero es solo un concepto “contestatario”, en tanto lo segundo forma parte de la esencia biológica y social del ser humano.
Las personas que sobrevaloran las vacaciones y rechazan (aunque sea inconscientemente) las realidades de su trabajo, tienen un serio problema: no son libres, y, por lo tanto, tampoco dueños de su vida o su destino.
Responden a valores que les han hecho ver (desde muy temprano), que la responsabilidad está vinculada al sacrificio negativo, es decir, a la necesidad de sustituir lo gratificante por algo que no lo es.
Si alguien dice que se siente feliz con su trabajo y no extraña vacación alguna, será incomprendido o considerado un petulante.
Porque en esa ética equivocada del trabajo, responsable es quién labura hasta quedar exhausto, al punto de caer desplomado sobre la cama como parte de un merecido descanso. Finalmente, el mismo convencionalismo dice: ¿Qué sentido tiene “descansar” si uno no se ha agotado antes en justa lid?
¡Conceptos absurdos!
En esa lógica, “estar ocupado” es una medalla de honor, y quitarle horas a la noche y a seres queridos, un sacrificio que debe entenderse.
Ahora bien, dado que la naturaleza humana es inmutable y todo lo anterior una falacia, llega un momento en que la psique y el cuerpo demandan a gritos “vacaciones”. Luego se programa esa pausa, solo para garantizar efectividad cuando se reanuda el ciclo.
Y cada vez resulta más difícil resignar vacaciones para retomar el trabajo.
De esa forma pasa buena parte de la vida. Posiblemente hasta que llega el descanso obligatorio o la “vacación final”, porque ¿Puede entenderse de otra forma eso que los convencionalismos llaman “jubilación”?
Ninguna de estas creencias es correcta o necesaria, por muy convincente que parezca.
Mejor lo hace el poeta al afirmar que la vida se trata de un “programa de vacaciones” o el novelista que grita: “Hablan de la dignidad del trabajo. ¡Bah! La dignidad está en el ocio”.
Hay que modificar criterios.
Es importante entender la respuesta que cada individuo debe plantear a este drama.
Y la solución radica, sencillamente, en el ejercicio del valor humano fundamental: la libertad.
Porque cualquier hecho o evento que afecta la básica libertad de vivir como uno quiere, genera las distorsiones descritas. En tanto dependiente o condicionado, el ser humano no tiene la capacidad de ser básicamente feliz y alcanzar su potencial.
Esta libertad irrestricta no está reñida con el respeto al otro o al interés común. Básicamente porque quién entiende la libertad, la hace extensiva a todos.
Si el trabajo no es una manifestación de la libertad de cada quién para aportar y realizarse como quiere, entonces es pesada obligación y un sacrificio negativo. De ese tipo de laboriosidad sólo puede esperarse mediocridad, más temprano que tarde.
Afirmar que la solución al drama de una vida sin vacaciones radica en arrogarse la libertad de vivir como uno quiere, frunce muchos entrecejos. Es entendible. ¿Qué tanto pueden saber de esto personas que durante generaciones han sido formadas entre ceñidos convencionalismos sociales?
Si el niño dice temprano que quiere ser bombero, genera una sonrisa, y, si lo dice un poco más tarde, provoca sincera preocupación. Si manifiesta su intención de ser peluquero genera pesar, al menos de inicio. Todos estos hechos coartan sutilmente la libertad, y es precisamente en esa sutileza donde radica el mayor peligro.
El empleo, como una forma de trabajo (no la única ni la mejor), se idealiza desde temprano, al son del enaltecimiento de abogados, doctores, ingenieros y licenciados. Poca resonancia merecen las intenciones de trabajar por cuenta propia o emprender. Esta es otra forma de conculcar la libertad de elegir cómo vivir, aportar y realizarse.
Quien no es libre ¡no controla su vida!, y si no la controla danza al son de la música ajena, aspirando siempre unas “merecidas vacaciones” y suspirando cuando terminan. Si no se puede construir el sueño propio, entonces se ayuda a construir el sueño de otro.
De esta forma la ética vigente del trabajo esculpe mentes, conductas y destinos.
El mejor remedio para el drama es renovar votos. Reconocer el valor de origen.
Ésa es la palabra: reconocer.
Porque, ¡es falso que una persona carezca de valor por no plegarse a las creencias y convencionalismos imperantes! Porque es absolutamente cierto que se puede tener una vida plena y satisfactoria como bombero, peluquero, ingeniero, violinista o lo que se quiera ser y hacer. La vida es un amplio y fértil jardín donde pueden florecer todos.
Y la libertad de ser y hacer está siempre sustentada en el amor, porque difícilmente se opta por lo que molesta o lastima. La excelencia, por otra parte, es una consecuencia del amor, y así se perfecciona el circuito.
Un mundo de personas excelentes en lo que son y hacen no es uno en el que se viva hoy, pero es uno perfectamente posible.
Todos pueden vivir en vacaciones permanentes. ¡Absolutamente! Pueden disfrutar el ejercicio del trabajo igual que un paseo a orillas del mar. Tienen toda la capacidad de afirmar lo que Gene Simmons: “Nunca he tenido el deseo de tomar una vacación, mi trabajo y el placer son para mí una sola cosa”.
¿Qué hace falta para esto? Ejercitar la libertad de trabajar en lo que se desea y como se desea. Confiando plenamente en la capacidad de alcanzar el éxito haciendo lo que se ama.
Hay muchos por allí que no creen en esto para nada. Exigen que se “tengan los pies en la tierra” y se asuma la intrínseca dificultad de la vida.
Ellos olvidan que, al ser la mediocridad el camino de menor resistencia, es también el más competitivo.
Ignore los cantos de sirena, no se encadene nunca a una vida en la que se “anhelan” vacaciones y se suspira con pesar la víspera de cada lunes. No crea que por “tener los pies en la tierra” está obligado a tener la cabeza a la altura de los pies. Sea y haga lo que quiere ser y hacer.
¿Que la vida es difícil? ¡Quién sabe! La relatividad es una fuerza que gobierna el Universo.
Una cosa es, sin embargo, absolutamente cierta: esta es SU vida. Y nadie puede darle más valor a ella que usted mismo.
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