Por Carlos Nava Condarco
En buenas cuentas, la prosperidad está relacionada con el éxito en lo que se emprende, la buena suerte en lo que sucede o el curso favorable de las cosas. Entendiéndola así, la prosperidad es un devenir de los hechos, un flujo de eventos, una sucesión de actos que conducen a situaciones auspiciosas o favorables.
La riqueza, por otra parte, es un estado. Un punto al que se llega por efecto de hacer algo. En tanto que la prosperidad puede evaluarse en el camino, la riqueza solo puede medirse en coyunturas concretas de espacio y tiempo.
Las personas que desean extraerle lo mejor a la vida deben orientarse a la prosperidad, no a la riqueza, por mucho que ésta sea entendida en términos integrales.
El juicio del Universo es benigno en tanto cada ser humano prospere sin pausa en todos los aspectos de su vida. Lo mismo en los físicos, morales, espirituales, profesionales, de relacionamiento con los demás, etc. Cada ámbito del desenvolvimiento humano demanda prosperidad.
Que ello eventualmente conduzca a la riqueza que se busca es otra cosa. En buena parte de los casos sucederá, pero cuando así no fuese, el camino habrá justificado completamente el esfuerzo invertido.
Muchos encontrarán en esta afirmación una sombra de conformismo o resignación, pero la verdad está lejos de eso. Al final de la historia, cuando uno debe abandonar la tierra, nada puede llevar consigo, ningún estado, por muy apreciado que sea. Lo único que en esencia justifica el hecho mismo de haber existido son las experiencias vividas.
Y si ellas se sujetaron al afán de hacer las cosas lo mejor posible, habrán sido valiosas y habrán conducido al éxito y la felicidad.
Orientarse a la prosperidad genera experiencias de calidad en la vida. Permite construir y disfrutar el momento presente.
Cuando cada decisión y acto tiene el único propósito de alcanzar la mejor versión de uno mismo, se consigue la realización.
No está llamado nadie a garantizar el resultado esperado de sus acciones, solo a dejar en el empeño su mayor esfuerzo.
Para ser exitoso y feliz hay que tener objetivos, pero no expectativas. Los objetivos ordenan la existencia, pero las expectativas son un falso afán de darle órdenes a la vida.
La riqueza se encuentra más cerca de las expectativas que de los objetivos. Es algo completamente natural. La idea de riqueza (no solo la material, por supuesto), genera un enorme centro de gravedad, uno que atrae y seduce con intensidad. Esta “atracción” activa las expectativas. Y cuando ellas no se cumplen por algún motivo, provocan desencanto y frustración.
En otros casos, aun cuando el estado deseado de riqueza se alcanza, no siempre genera la satisfacción esperada, y vuelven a ponerse a prueba expectativas y deseos.
Con la prosperidad no pasa esto. Porque siempre es una obra en construcción, nunca tiene límites ni reconoce estados. No hay una sola persona que entienda de prosperidad y se considere un producto acabado. Eso no existe. Todo ser humano es siempre perfectible. Cualquier estado de riqueza puede superarse por uno mejor, en tanto se prospere cada día en los intentos.
Que prosperen sus destrezas profesionales.
Sus relaciones de amistad y amor.
Que prosperen sus finanzas.
Sus conocimientos.
Que prospere el control de sus emociones.
Sus procesos mentales.
Que sea usted cada día un mejor hijo, padre, esposo, amigo y ciudadano del mundo.
¡Eso es prosperar!
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