En Navidad, más allá de las luces, los regalos y las mesas llenas, existe una oportunidad profunda de volver a lo esencial: compartir. Compartir tiempo, atención y compañía con quienes tal vez no tienen con quién celebrar, con quien está solo o atraviesa un momento difícil. Invitar a alguien a la mesa, escuchar su historia o simplemente hacerlo sentir visto puede convertirse en el regalo más valioso de estas fechas, uno que no se compra, pero que deja huella.
Estas fechas nos recuerdan que la vida es frágil y el tiempo no está garantizado. Hoy estamos juntos, mañana no lo sabemos. Por eso, la Navidad no debería medirse por lo que gastamos, sino por los momentos que creamos y los vínculos que fortalecemos. Abrazar a la familia, reír con los amigos, agradecer la presencia y valorar lo simple es, al final, la forma más auténtica de celebrar y de honrar lo verdaderamente importante.
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