Por Carlos Nava Condarco
Imagen: Pexels / Antony Trivet
Difícilmente se podrá entender que el desorden constituya una ventaja por explotarse en la vida. Por el contrario, las personas tratan de evitarlo en todo lo posible. El hombre es un ser de rutinas. Las establece como forma de enfrentar la incertidumbre, manejarse en terreno conocido y eliminar factores que provoquen ansiedad o angustia.
El problema radica en que las rutinas construyen un estado estructurado de las cosas. Reducen flexibilidad y capacidad de adaptación a los cambios.
Las personas que tienen en mucha estima sus rutinas pueden ser individuos vulnerables. Se ven afectados por eventualidades que las alteran. Una falla en ella las conduce al desorden general y cambios de actitud hacia las cosas y eventos.
No puede afirmarse que las rutinas y el orden sean malos, o que el desorden sea un estado deseable. Pero la indispensable capacidad de adaptarse a los cambios, y la flexibilidad necesaria para encararlos, son cualidades que se encuentran más cerca de las personas que saben conducirse en el desorden de la misma manera que lo hacen en el orden.
Ahora bien, en esto hay algo más que un detalle. Porque es difícil ser una persona “ordenada”y al mismo tiempo conducirse bien en el desorden. Habitualmente son estados opuestos.
Reflexiones:
La vida es un conjunto de eventos desordenados más que uno estructurado. Esto es así principalmente porque no existe control sobre el porvenir. Las previsiones son intentos de establecer y encontrar cierto rigor en las cosas que “sucederán luego”, pero no dejan de tener la condición de un albur.
Efectivamente se pueden tomar previsiones y precauciones, pero ello no determina que las cosas sucederán como se espera. Y cuando las previsiones no se cumplen el desorden toma control.
Por otra parte, el establecimiento de “rutinas” es, de hecho, un planteamiento para interactuar con la aleatoriedad, con el caos. Por eso queda establecido, con antelación, el “desorden” como estado rector del desenvolvimiento de las cosas en la vida.
La respuesta, entonces, no radica en enfrentar con orden la aleatoriedad y el intrínseco caos que viene con la vida. Se trata, más bien, de manejarse bien en ése inevitable desorden.
Las personas con rutinas estructuradas y mucho órden sienten con mayor rigor el efecto de cosas que las alteran.
Esto es lógico, porque los esfuerzos de ordenamiento son costosos.
Existe una frase que utilizan los miembros de las Fuerzas Especiales de la Marina de los Estados Unidos (SEAL) para entender el carácter de su tarea:
“The only easy day was yesterday” (el único día fácil fue ayer).
La frase no sólo refleja el tipo de trabajo que esta gente tiene. Es también una afirmación que describe la naturaleza profunda de la vida.
Con exactitud sólo se sabe lo que efectivamente sucedió en el pasado. Y dado que la vida proporciona la posibilidad de emitir juicio, entonces puede asumirse que ayer fue un día “fácil”. Porque desde la visión presente fue en última instancia superado. Otra cosa es calificar el presente o el futuro.
Estos soldados se entrenan para enfrentar incertidumbre, contingencias, el cambio, lo desconocido.
Tienen rutinas muy estructuradas en el desarrollo de ésas habilidades, y mucho orden. Pero su premisa es poder desenvolverse apropiadamente en el caos.
No es necesariamente el orden “antídoto” contra el desorden. Es la apropiada gestión del desorden lo que finalmente permite evitar los efectos negativos que éste puede provocar. Y en última instancia proporciona una “rutina mental” útil.
Posiblemente en esto se encuentre la mejor respuesta: rutinas mentales. En tanto la mente esté preparada para ser flexible y adaptarse, el inevitable desorden queda dominado. Luego, si éste “arte” forma parte de los atributos de una persona, se convierte a la vez en sólida ventaja competitiva.
Es común clasificar a una persona que tiene habilidad y fuerza de voluntad para establecer una vida “ordenada”, como alguien destacado. Pero en realidad, posee ventaja quién ha llegado a dominar las formas de procesar y actuar ante el caos y el desorden. Esta persona no se siente particularmente afectada cuando algo lo saca de sus rutinas o rompe el orden que ha construido. Sencillamente transita sobre el evento y sigue adelante.
Hoy existe una notoria tendencia por incorporar hábitos y rutinas teóricamente saludables y beneficiosas. Desde ejercicio físico, alimentación, ocio, hasta protocolos de trabajo y vida en sociedad. Estos esfuerzos son interesantes mientras no forman personas “estructuradas” y rígidas.
La rigidez es antesala de la fragilidad y lo vulnerable.
Muchas veces, estas personas no solo demuestran su fragilidad por el efecto negativo que les provoca una alteración del orden que cultivan. También cuando no pueden ajustarse a los objetivos o exigencias que se autoimponen.
El desorden es en realidad la rutina que presenta la vida. Es el estado que plantea oportunidades para el desarrollo. El desafío que convoca a las personas diestras.
Un mundo de orden absoluto concluiría por ser un enorme reservorio de aguas estancadas. El desorden estimula la creatividad, y constituye un llamado a la acción que pocas veces se asemeja a los que emite el orden.
El desorden es un síntoma del cambio, y éste uno de evolución. Porque si bien es cierto que pueden existir cambios hacia “lo malo”, en el “contínuum” del cambio, siempre se concluye por alcanzar un estado superior.
Mientras todos se orientan “naturalmente” hacia el orden y la rutina, quién sabe acomodar velas en el desorden que caracteriza el devenir de las cosas, encuentra precisamente en él, una ventaja.
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